miércoles, 27 de julio de 2011

El fin del mundo

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
     Autor: Guillermo Gonzalez



“Me pregunto cuántos años hacía que no miraba las estrellas. Se me había olvidado, pero ahora, mirando la inmensidad del Universo, me doy cuenta de lo poco que importa todo.
Especialmente ahora, a unas horas de que todo termine.”

Todo empezó hace cuatro días, por la noche.
Un avance informativo que interrumpió todas las emisiones a nivel internacional.
Los presentadores de las noticias, algo alarmados dieron paso a una conexión con el presidente de los Estados Unidos, que mucho que le pese a la gente, parece ser el rey del mundo...

El presidente de turno, enviando un mensaje de unidad y apoyo.
Muy conmovedor.
Por mucho que cambiaba de canal, ahí estaba ese señor hablando de humanidad y solidaridad.

Entonces el traductor simultaneo se calló inmediatamente.

Y titubeando retomó su labor.

El Fin del Mundo.

En cuatro días todo lo que conocíamos se acabaría.
Bastante absurdo; sin embargo me preocupó que “el rey del mundo” estuviera interrumpiendo todos los canales de TV del globo por una broma.
Apeló a una nueva teoría reciente sobre el universo, su nacimiento y expansión; y efectos cíclicos de este. Sin embargo no se molestó mucho en especificar nada. Dijo que habían investigado todo lo posible antes de dar la noticia; de cerciorarse que era verdad, y que todo apuntaba a que si.

Retomó el hilo de unidad, solidaridad y esas cosas que tanto les gusta a los políticos y siguió así por un rato.
Esperé a ver si reanudaban la película, pero no fue así.
La señal se cortó.
Algunas cadenas continuaron con sus emisiones, otras no.

Me fui a dormir.

Me levanté temprano, para ir a trabajar.
No había luz.
Me tomé mi café con leche frío y miré por la ventana.
¿Qué demonios?

No había mucha gente por la calle, y la que había corría de un lado para otro. Los escaparates de las tiendas estaban rotos, algunos con coches empotrados.
La circulación estaba toda interrumpida a causa de los coches amontonados de cualquier manera a lo largo de las calles, y ni una sola luz, tan solo el amanecer.

“Es cierto, el mundo se acaba...”

Fui a trabajar, pero aquel día no llevaba mi maletín.
Llevaba un bidón de gasolina.
Nadie se percató.
Entré al enorme edificio de oficinas, parecía abandonado. Subí por las escaleras hasta llegar a la tercera planta.
Tenía la esperanza que estuviera cerrado.
Sin embargo, como me temía, no fue así.
Allí estaba ella, “la jefa”, corriendo histérica de un lado a otro.
Se me quedó mirando y tan solo se le ocurrió decirme que no había luz, que el sistema no iba, que teníamos pérdidas.
Odiaba a esa mujer, sin embargo sabía que tenía familia, y me parecía cuanto menos, descortés acabar con su vida.
Me fui a su despacho, sin decir nada.

Me miraba desde el vestíbulo.

Entré en el despacho y me acerqué a su abarrotada mesa llena de papeles.
Empecé a remojarlo todo con gasolina.
Entró toda desquiciada al despacho gritando; la ignoré por completo.
Saque un pitillo, y lo encendí.

Le tenía mucho cariño a ese mechero, tenía un gran valor sentimental.
Pero el mundo se acababa, y un mechero no me iba a salvar.



El fuego se propagó rápidamente por todo el edificio.
Un espectáculo digno de admirar que contemplé desde el banco de un parque que había cerca.

Cuando me cansé de los fuegos artificiales volví para casa.
Sin embargo, por el camino fui placado por un maleante que me lanzó al interior de una tienda.
Forcejeamos y él sacó una navaja. Agarré como pude lo primero que pillé y empece a atizarlo. Me libré de él, se retorcía de dolor, supongo que es normal si te clavan un palo de escoba en un ojo.

Aquel hombre herido se levantó y empezó a lanzar cuchilladas en mi dirección.
No me quedó más remedio. Lo molí a escobazos.

Cuando dejó de moverse sentía mariposas en el estómago. Era emocionante.

Atroz, y emocionante.

Era el fin del mundo.



Llegué a casa con mi nueva escoba. Por el camino la gente se había ido apartando de mi, tal vez se debiera a mi feroz mirada de persona liberada, o a las salpicaduras de sangre sobre mi camisa, no lo sé.

Ya en casa hice inventario en la cocina.
Bueno, por lo menos llegaría al fin del mundo bien alimentado.
No había agua corriente.

Me aseguré de que la puerta estaba bien cerrada y bajé las persianas.
Era todo muy confuso.
Me fui a dormir un rato.

Me despertaron unos martillazos que hicieron retumbar el edificio entero.
Acojonado corrí a mirar por una rendija de una ventana para ver qué coño pasaba fuera.

La calle estaba abarrotada de gente lanzando cosas... ¿al ejército?
¿En qué momento el ejército había a aparecido?

Supongo que para imponer algo de orden en medio de tanto caos...
Pero la gente no parecía dispuesta a hacer como si no ocurriera nada.
La verdad es que parecía que estuviéramos en guerra.

La masa de gente se iba silenciando y parecía que declinaba cuando de repente un coche salió de la nada a toda velocidad hacía los militares. Se llevó por delante a unos cuantos y se estampó contra los edificios.

La muchedumbre vitoreó la hazaña y a los pocos instantes un montón de conductores kamikazes empezó a abalanzarse contra esos pobres desgraciados con uniforme, que empezaron a disparar en vano mientras se los llevaban por delante.

“Me estoy olvidando de algo importante”

Estaba la muchedumbre avanzando hacia los atemorizados soldados que quedaban cuando de repente hubo una explosión, y gente volando.

Artillería. Cañones. Tanques.

Empezaron a disparar a diestro y siniestro.
Ese era el ruido que me había despertado.

La muchedumbre de diseminó por todas partes. Algunos huían sin más, otros se resguardaban en los edificios. Pero el ejército avanzaba sembrando destrucción, sin importar nada. Dispararon contra mi edificio.
El suelo se estremeció y gimió.

¿Porqué no decirlo? Me cagué vivo.


Cogí una mochila y metí todo lo que se me ocurrió, comida, botellas de agua, cuchillos.
Cogí mi escoba y salí de casa.
Corrí entre la multitud, dirección a ningún lugar.

Estaba anocheciendo.

Cansado de correr, me detuve e intenté meterme en algún sitio, sin embargo no era bienvenido en ningún sitio, y todo estaba a rebosar de gente.

Me metí en el metro, lleno de gente también.
Mal sitio para pasar la noche; demasiada gente sospechosa en la estación.

Bajé a las vías y eché a caminar.

Recorrí buen trecho de la línea de metro, rumbo hacia las montañas. Aprovecharía y saldría del caos de la ciudad.
Decidí que tal vez era mejor esperar el fin del mundo lejos del bullicio de la gente, solo.

Pero estaba muy cansado, así que metí en el primer metro que me encontré, parado en medio del túnel.

Estaba vacío, o lo parecía.

Pero tuve otro terrible sobresalto al encontrarme una mujer.
Me pregunto cual de los dos se asustó más.
Cuando recuperamos la respiración, nos echamos a reír.

Estaba asustada, como todo el mundo; y parecía buena persona.
Nos pusimos a charlar.
Conectamos rápidamente, tal vez fuera porque ambos estábamos solos en el mundo, desde antes de la noticia.
Se llamaba Elena, su pelo era castaño y tenía los ojos verdes. Tendría sobre los treinta años.
Tras mucho hablar de la situación de allí arriba y comer algo, nos dormimos.

Cuando nos despertamos, volvimos a comer. Ella llevaba buena cantidad de provisiones.
Y me preguntó sobre mis planes.
Dijo que vendría conmigo, no me pareció del todo mal.

Así que seguimos el túnel del metro hasta el final de la línea.

En la estación la gente nos miraba mal, y algunos intentaban quitarnos las mochilas.
Fue buena idea ir con mi escoba.

Sin embargo al final aquel grupo de indigentes decidieron actuar en grupo y tuvimos que huir.
Correr por las calles largo rato, hasta que se cansaron, o encontraron a otras víctimas a las que arrastrar bajo tierra.

Santo Cielo.

Como había cambiado la ciudad en tan poco tiempo.
Todo era caos y destrucción, edificios ardiendo. Basura por todas partes y…
gente muerta en la calle.

Nos pasamos el día caminando tratando de salir de la ciudad.
Durante el trayecto vimos como algunos se mataban entre ellos ( y luego venían a por nosotros, venga a correr), y como llovía gente del cielo.
Cuando descubrimos esta atroz manera de suicidio, el camino se hizo más complicado.

Había peligro por todas partes, de los edificios salía gente con palos y cuchillos, del cielo llovían personas y habían huestes demoníacas que provenían del metro.

Era todo demasiado absurdo.


Al caer la tarde llegamos por fin al bosque fuera de la ciudad.

El bosque de los murmullos.
A pesar de que no veíamos a nadie, parecía estar lleno de gente susurrante. Decidimos que esa noche haríamos turnos para dormir.

Mientras cenábamos bajo la protección de un enorme pino, ella me contó cosas de su vida.

Al parecer trabaja en una residencia de ancianos, que era un trabajo muy sufrido pero que la recompensaba sobremanera.

Me contó también lo que ocurrió la noche de la noticia. Todos los trabajadores tuvieron una reunión.
En ella tomaron tal vez una de las decisiones más difíciles de sus vidas.
Lo que estaba por venir era demasiado para aquellos ancianos desvalidos. Así que los dejaron durmiendo para siempre, en un gesto de humanidad que los desgarró por dentro.
Me contó como algunas de sus compañeras no pudieron soportarlo, y tras haber “dormido” a alguno de aquellos entrañables ancianos con los que compartía su día a día, se quitaron la vida. Una se fue al baño y no volvió a salir. Nadie se atrevió a ir a buscarla.
Otra de ellas se inyectó una dosis mortal de necesidad, para dormir junto sus queridos ancianos en medio de un mar de lágrimas.
Me contó que hicieron otra reunión al final.
Quedaban menos de la mitad. Y algo dentro de todos ellos había muerto.
Todavía de noche se fueron de la residencia, para no volver nunca más.

Entonces, en un mar de tristeza, Elena se durmió.

Aquella confesión hizo que me planteara muchas cosas.
Me acordé de mi familia. Hacia años que no sabía nada de ellos.

Me pegunto si en algún momento nos podríamos haber reconciliado.
Noté un agujero dentro de mí.
Saqué el móvil de la mochila. Lo había cogido por costumbre, aunque sabía que era inútil, que no me serviría de nada.
Sin embargo ahí estaba, mirando mi agenda de contactos.
Cuántas cosas por decir.
Llamé a casa.
Como era de esperar, no había línea, no había servicio, no había nada.

Solo el silencio.

Me pasé el resto de mi guardia enrarecido, tal vez en un cara a cara con lo que me quedaba de Humanidad.


Cuando Elena se despertó y empezó su guardia yo me eché a dormir.
No soñé nada, pero dormí bastante bien.


La luz del sol entre las hojas de los árboles me despertó.
Miré a mi alrededor, y no la vi.
Elena se había ido.

Miré y estaba mi mochila, me percaté de que no me faltara nada.

Y no, lo tenía todo. Pero me había dejado solo.

“Al menos, no me ha matado.”

El último día.

Seguía con la sensación de estar en un bosque encantado, así es que me adentré más en él hasta llegar a un enorme y antiguo roble.
Trepé por él, y me instalé en unas ramas a bastante altura.

Aquí ya no se oían los murmullos.

Decidí que pasaría el día aquí. Lejos del peligro.

Comí y trepé un poco más, hasta que pude ver por encima del bosque.

Una ciudad en ruinas.

Probablemente todas las ciudades del mundo estuvieran así.

Aquel fue uno de los días más aburridos de mi vida.
No quería moverme del árbol. Ya había tenido suficiente ración de locos, suicidas y psicópatas para lo que me quedaba de vida. Y por si acaso seguía con mi fiel escoba. El mundo se ha convertido en un sitio peligroso.

“Creo que estoy empezando a enloquecer...”

De vez en cuando se oían explosiones lejanas, amortiguadas por el suave murmullo de las hojas que se balanceaban con el viento.

Y así pasé el último día de mi vida, agarrado a la rama de un árbol como un mono...



Cae la noche.

Las estrellas salpican el cielo nocturno.
Juego a identificar las constelaciones.

Me pregunto cuántos años hacía que no miraba las estrellas. Se me había olvidado, pero ahora, mirando la inmensidad del Universo, me doy cuenta de lo poco que importa todo. Especialmente ahora, a unas horas de que todo termine.

“En el amanecer del cuarto día... bueno, realmente no llegará el amanecer” Esto es lo que habían dicho en aquella fatídica emisión.

Me pregunto como será. ¿Notaré algo?¿Dolerá?

Miro a la ciudad y veo un mar de llamas. Allí la gente sigue matándose los unos a los otros.

Supongo que en algunos lugares del mundo deben ser ajenos a todo lo que está pasando.

Me pregunto si ahora mismo no sería mejor vivir en uno de esos pueblos necesitados en los que apenas tienen comida, ajenos al mundo.
Seguro que ellos no saben nada.

Sus vidas acabarán como la de todos, pero al menos verán el Fin del Mundo.

¿Cuánta gente habrá muerto desde que dieron la noticia...?

Miro atrás y me siento frustrado.
Nada de lo que hecho ha servido para nada.
Si lo hubiera sabido habría estudiado lo que me gustaba, no lo que se suponía que tenía que estudiar.
Si lo hubiera sabido, tal vez le habría perdonado una cosa tan banal y seguiríamos juntos, queriéndonos, y podríamos desaparecer el uno al lado del otro.

Pero nada de eso importa ya.

Nada va a cambiar.

Hasta aquí hemos llegado.

Y aquí estoy, bajo el cielo nocturno encaramado a la rama de un árbol, esperando el Fin del Mundo.



Aunque no nos engañemos; todos sabemos que el mundo se acabó hace cuatro días.



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