miércoles, 27 de julio de 2011

El fin del mundo

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
     Autor: Guillermo Gonzalez



“Me pregunto cuántos años hacía que no miraba las estrellas. Se me había olvidado, pero ahora, mirando la inmensidad del Universo, me doy cuenta de lo poco que importa todo.
Especialmente ahora, a unas horas de que todo termine.”

Todo empezó hace cuatro días, por la noche.
Un avance informativo que interrumpió todas las emisiones a nivel internacional.
Los presentadores de las noticias, algo alarmados dieron paso a una conexión con el presidente de los Estados Unidos, que mucho que le pese a la gente, parece ser el rey del mundo...

El presidente de turno, enviando un mensaje de unidad y apoyo.
Muy conmovedor.
Por mucho que cambiaba de canal, ahí estaba ese señor hablando de humanidad y solidaridad.

Entonces el traductor simultaneo se calló inmediatamente.

Y titubeando retomó su labor.

El Fin del Mundo.

En cuatro días todo lo que conocíamos se acabaría.
Bastante absurdo; sin embargo me preocupó que “el rey del mundo” estuviera interrumpiendo todos los canales de TV del globo por una broma.
Apeló a una nueva teoría reciente sobre el universo, su nacimiento y expansión; y efectos cíclicos de este. Sin embargo no se molestó mucho en especificar nada. Dijo que habían investigado todo lo posible antes de dar la noticia; de cerciorarse que era verdad, y que todo apuntaba a que si.

Retomó el hilo de unidad, solidaridad y esas cosas que tanto les gusta a los políticos y siguió así por un rato.
Esperé a ver si reanudaban la película, pero no fue así.
La señal se cortó.
Algunas cadenas continuaron con sus emisiones, otras no.

Me fui a dormir.

Me levanté temprano, para ir a trabajar.
No había luz.
Me tomé mi café con leche frío y miré por la ventana.
¿Qué demonios?

No había mucha gente por la calle, y la que había corría de un lado para otro. Los escaparates de las tiendas estaban rotos, algunos con coches empotrados.
La circulación estaba toda interrumpida a causa de los coches amontonados de cualquier manera a lo largo de las calles, y ni una sola luz, tan solo el amanecer.

“Es cierto, el mundo se acaba...”

Fui a trabajar, pero aquel día no llevaba mi maletín.
Llevaba un bidón de gasolina.
Nadie se percató.
Entré al enorme edificio de oficinas, parecía abandonado. Subí por las escaleras hasta llegar a la tercera planta.
Tenía la esperanza que estuviera cerrado.
Sin embargo, como me temía, no fue así.
Allí estaba ella, “la jefa”, corriendo histérica de un lado a otro.
Se me quedó mirando y tan solo se le ocurrió decirme que no había luz, que el sistema no iba, que teníamos pérdidas.
Odiaba a esa mujer, sin embargo sabía que tenía familia, y me parecía cuanto menos, descortés acabar con su vida.
Me fui a su despacho, sin decir nada.

Me miraba desde el vestíbulo.

Entré en el despacho y me acerqué a su abarrotada mesa llena de papeles.
Empecé a remojarlo todo con gasolina.
Entró toda desquiciada al despacho gritando; la ignoré por completo.
Saque un pitillo, y lo encendí.

Le tenía mucho cariño a ese mechero, tenía un gran valor sentimental.
Pero el mundo se acababa, y un mechero no me iba a salvar.



El fuego se propagó rápidamente por todo el edificio.
Un espectáculo digno de admirar que contemplé desde el banco de un parque que había cerca.

Cuando me cansé de los fuegos artificiales volví para casa.
Sin embargo, por el camino fui placado por un maleante que me lanzó al interior de una tienda.
Forcejeamos y él sacó una navaja. Agarré como pude lo primero que pillé y empece a atizarlo. Me libré de él, se retorcía de dolor, supongo que es normal si te clavan un palo de escoba en un ojo.

Aquel hombre herido se levantó y empezó a lanzar cuchilladas en mi dirección.
No me quedó más remedio. Lo molí a escobazos.

Cuando dejó de moverse sentía mariposas en el estómago. Era emocionante.

Atroz, y emocionante.

Era el fin del mundo.



Llegué a casa con mi nueva escoba. Por el camino la gente se había ido apartando de mi, tal vez se debiera a mi feroz mirada de persona liberada, o a las salpicaduras de sangre sobre mi camisa, no lo sé.

Ya en casa hice inventario en la cocina.
Bueno, por lo menos llegaría al fin del mundo bien alimentado.
No había agua corriente.

Me aseguré de que la puerta estaba bien cerrada y bajé las persianas.
Era todo muy confuso.
Me fui a dormir un rato.

Me despertaron unos martillazos que hicieron retumbar el edificio entero.
Acojonado corrí a mirar por una rendija de una ventana para ver qué coño pasaba fuera.

La calle estaba abarrotada de gente lanzando cosas... ¿al ejército?
¿En qué momento el ejército había a aparecido?

Supongo que para imponer algo de orden en medio de tanto caos...
Pero la gente no parecía dispuesta a hacer como si no ocurriera nada.
La verdad es que parecía que estuviéramos en guerra.

La masa de gente se iba silenciando y parecía que declinaba cuando de repente un coche salió de la nada a toda velocidad hacía los militares. Se llevó por delante a unos cuantos y se estampó contra los edificios.

La muchedumbre vitoreó la hazaña y a los pocos instantes un montón de conductores kamikazes empezó a abalanzarse contra esos pobres desgraciados con uniforme, que empezaron a disparar en vano mientras se los llevaban por delante.

“Me estoy olvidando de algo importante”

Estaba la muchedumbre avanzando hacia los atemorizados soldados que quedaban cuando de repente hubo una explosión, y gente volando.

Artillería. Cañones. Tanques.

Empezaron a disparar a diestro y siniestro.
Ese era el ruido que me había despertado.

La muchedumbre de diseminó por todas partes. Algunos huían sin más, otros se resguardaban en los edificios. Pero el ejército avanzaba sembrando destrucción, sin importar nada. Dispararon contra mi edificio.
El suelo se estremeció y gimió.

¿Porqué no decirlo? Me cagué vivo.


Cogí una mochila y metí todo lo que se me ocurrió, comida, botellas de agua, cuchillos.
Cogí mi escoba y salí de casa.
Corrí entre la multitud, dirección a ningún lugar.

Estaba anocheciendo.

Cansado de correr, me detuve e intenté meterme en algún sitio, sin embargo no era bienvenido en ningún sitio, y todo estaba a rebosar de gente.

Me metí en el metro, lleno de gente también.
Mal sitio para pasar la noche; demasiada gente sospechosa en la estación.

Bajé a las vías y eché a caminar.

Recorrí buen trecho de la línea de metro, rumbo hacia las montañas. Aprovecharía y saldría del caos de la ciudad.
Decidí que tal vez era mejor esperar el fin del mundo lejos del bullicio de la gente, solo.

Pero estaba muy cansado, así que metí en el primer metro que me encontré, parado en medio del túnel.

Estaba vacío, o lo parecía.

Pero tuve otro terrible sobresalto al encontrarme una mujer.
Me pregunto cual de los dos se asustó más.
Cuando recuperamos la respiración, nos echamos a reír.

Estaba asustada, como todo el mundo; y parecía buena persona.
Nos pusimos a charlar.
Conectamos rápidamente, tal vez fuera porque ambos estábamos solos en el mundo, desde antes de la noticia.
Se llamaba Elena, su pelo era castaño y tenía los ojos verdes. Tendría sobre los treinta años.
Tras mucho hablar de la situación de allí arriba y comer algo, nos dormimos.

Cuando nos despertamos, volvimos a comer. Ella llevaba buena cantidad de provisiones.
Y me preguntó sobre mis planes.
Dijo que vendría conmigo, no me pareció del todo mal.

Así que seguimos el túnel del metro hasta el final de la línea.

En la estación la gente nos miraba mal, y algunos intentaban quitarnos las mochilas.
Fue buena idea ir con mi escoba.

Sin embargo al final aquel grupo de indigentes decidieron actuar en grupo y tuvimos que huir.
Correr por las calles largo rato, hasta que se cansaron, o encontraron a otras víctimas a las que arrastrar bajo tierra.

Santo Cielo.

Como había cambiado la ciudad en tan poco tiempo.
Todo era caos y destrucción, edificios ardiendo. Basura por todas partes y…
gente muerta en la calle.

Nos pasamos el día caminando tratando de salir de la ciudad.
Durante el trayecto vimos como algunos se mataban entre ellos ( y luego venían a por nosotros, venga a correr), y como llovía gente del cielo.
Cuando descubrimos esta atroz manera de suicidio, el camino se hizo más complicado.

Había peligro por todas partes, de los edificios salía gente con palos y cuchillos, del cielo llovían personas y habían huestes demoníacas que provenían del metro.

Era todo demasiado absurdo.


Al caer la tarde llegamos por fin al bosque fuera de la ciudad.

El bosque de los murmullos.
A pesar de que no veíamos a nadie, parecía estar lleno de gente susurrante. Decidimos que esa noche haríamos turnos para dormir.

Mientras cenábamos bajo la protección de un enorme pino, ella me contó cosas de su vida.

Al parecer trabaja en una residencia de ancianos, que era un trabajo muy sufrido pero que la recompensaba sobremanera.

Me contó también lo que ocurrió la noche de la noticia. Todos los trabajadores tuvieron una reunión.
En ella tomaron tal vez una de las decisiones más difíciles de sus vidas.
Lo que estaba por venir era demasiado para aquellos ancianos desvalidos. Así que los dejaron durmiendo para siempre, en un gesto de humanidad que los desgarró por dentro.
Me contó como algunas de sus compañeras no pudieron soportarlo, y tras haber “dormido” a alguno de aquellos entrañables ancianos con los que compartía su día a día, se quitaron la vida. Una se fue al baño y no volvió a salir. Nadie se atrevió a ir a buscarla.
Otra de ellas se inyectó una dosis mortal de necesidad, para dormir junto sus queridos ancianos en medio de un mar de lágrimas.
Me contó que hicieron otra reunión al final.
Quedaban menos de la mitad. Y algo dentro de todos ellos había muerto.
Todavía de noche se fueron de la residencia, para no volver nunca más.

Entonces, en un mar de tristeza, Elena se durmió.

Aquella confesión hizo que me planteara muchas cosas.
Me acordé de mi familia. Hacia años que no sabía nada de ellos.

Me pegunto si en algún momento nos podríamos haber reconciliado.
Noté un agujero dentro de mí.
Saqué el móvil de la mochila. Lo había cogido por costumbre, aunque sabía que era inútil, que no me serviría de nada.
Sin embargo ahí estaba, mirando mi agenda de contactos.
Cuántas cosas por decir.
Llamé a casa.
Como era de esperar, no había línea, no había servicio, no había nada.

Solo el silencio.

Me pasé el resto de mi guardia enrarecido, tal vez en un cara a cara con lo que me quedaba de Humanidad.


Cuando Elena se despertó y empezó su guardia yo me eché a dormir.
No soñé nada, pero dormí bastante bien.


La luz del sol entre las hojas de los árboles me despertó.
Miré a mi alrededor, y no la vi.
Elena se había ido.

Miré y estaba mi mochila, me percaté de que no me faltara nada.

Y no, lo tenía todo. Pero me había dejado solo.

“Al menos, no me ha matado.”

El último día.

Seguía con la sensación de estar en un bosque encantado, así es que me adentré más en él hasta llegar a un enorme y antiguo roble.
Trepé por él, y me instalé en unas ramas a bastante altura.

Aquí ya no se oían los murmullos.

Decidí que pasaría el día aquí. Lejos del peligro.

Comí y trepé un poco más, hasta que pude ver por encima del bosque.

Una ciudad en ruinas.

Probablemente todas las ciudades del mundo estuvieran así.

Aquel fue uno de los días más aburridos de mi vida.
No quería moverme del árbol. Ya había tenido suficiente ración de locos, suicidas y psicópatas para lo que me quedaba de vida. Y por si acaso seguía con mi fiel escoba. El mundo se ha convertido en un sitio peligroso.

“Creo que estoy empezando a enloquecer...”

De vez en cuando se oían explosiones lejanas, amortiguadas por el suave murmullo de las hojas que se balanceaban con el viento.

Y así pasé el último día de mi vida, agarrado a la rama de un árbol como un mono...



Cae la noche.

Las estrellas salpican el cielo nocturno.
Juego a identificar las constelaciones.

Me pregunto cuántos años hacía que no miraba las estrellas. Se me había olvidado, pero ahora, mirando la inmensidad del Universo, me doy cuenta de lo poco que importa todo. Especialmente ahora, a unas horas de que todo termine.

“En el amanecer del cuarto día... bueno, realmente no llegará el amanecer” Esto es lo que habían dicho en aquella fatídica emisión.

Me pregunto como será. ¿Notaré algo?¿Dolerá?

Miro a la ciudad y veo un mar de llamas. Allí la gente sigue matándose los unos a los otros.

Supongo que en algunos lugares del mundo deben ser ajenos a todo lo que está pasando.

Me pregunto si ahora mismo no sería mejor vivir en uno de esos pueblos necesitados en los que apenas tienen comida, ajenos al mundo.
Seguro que ellos no saben nada.

Sus vidas acabarán como la de todos, pero al menos verán el Fin del Mundo.

¿Cuánta gente habrá muerto desde que dieron la noticia...?

Miro atrás y me siento frustrado.
Nada de lo que hecho ha servido para nada.
Si lo hubiera sabido habría estudiado lo que me gustaba, no lo que se suponía que tenía que estudiar.
Si lo hubiera sabido, tal vez le habría perdonado una cosa tan banal y seguiríamos juntos, queriéndonos, y podríamos desaparecer el uno al lado del otro.

Pero nada de eso importa ya.

Nada va a cambiar.

Hasta aquí hemos llegado.

Y aquí estoy, bajo el cielo nocturno encaramado a la rama de un árbol, esperando el Fin del Mundo.



Aunque no nos engañemos; todos sabemos que el mundo se acabó hace cuatro días.



domingo, 24 de julio de 2011

Mañana, cuando despierte

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
     Autor: Laura Serra



         Una vez más, como tantas noches hice en mi niñez,  cubro mi cabeza con las sábanas. Igual que los asesinos y los monstruos no pueden penetrar mi escudo, voy a estar protegida para cuando mañana ya no haya un mañana. Mi burbuja de tela va a protegerme del impacto, el calor de las llamas no me abrasará. Cerraré los ojos y dormiré y cuando despierte solo estaremos todos los que tuvieron la misma idea y yo. No sé si seremos muchos o pocos, pero tendremos que esforzarnos en construir un nuevo mundo a partir de las cenizas que quedarán de éste. Quizás debería mandar un mensaje a mi familia y amigos… No, esto es una prueba del universo, los débiles perecen y los fuertes sobreviven, o en este caso, los inteligentes.
Les echaré de menos… pero sé que lo superaré. Tendré que hacerlo, por el bien del nuevo mundo, porque los comienzos nunca fueron fáciles y alguien debe saber sobrellevar todo esto. Cuando los supervivientes lloren la pérdida de sus seres queridos, de todas las cosas que existieron, ¿quién les dará consuelo? ¿Quién les dará ánimos? Debo ser yo, ¿quién sino?
Porque todos los niños que ahora están durmiendo asustados bajo las sábanas, necesitarán a alguien que les guíe, que les enseñe a ser fuertes y a no rendirse, porque la tarea va a ser dura. Y tal vez yo sea la única adulta de éste mundo que ha decidido esconderse tras ese muro indestructible de ropa, tal vez no. Quiero pensar que no soy la única cobarde, pero la ventaja de ser así, es la alta probabilidad de supervivencia.
Cuando lleguen las llamas, cuando lo hayan arrasado todo y los niños y cobardes salgamos para ver nuestro nuevo hogar, ¿qué verán nuestros ojos? Solo puedo imaginarme un cielo anaranjado parecido al de un atardecer, pero todo a sus pies de color negro, restos carbonizados de edificios, montañas, coches, plantas, personas… con una suave brisa susurrando “ya ha pasado todo” mientras ondean las cenizas de un lado para otro.
Igual que un bosque cuando es abrasado y tarda años en recuperarse, en volver a tener la tierra fértil, sé que este no va a ser nuestro fin, resurgiremos como el ave fénix.
Mañana, cuando los niños lloren, cuando los cobardes se pregunten si no hubiese sido mejor morir, les diré que saldremos adelante. Somos la semilla que ha quedado enterrada bajo tierra y lucha por salir.
Nada va a ser fácil, pero lo conseguiremos.
Un nuevo mundo, una sociedad nueva, unas reglas nuevas.
Mañana, todo habrá cambiado.

miércoles, 20 de julio de 2011

La luz de su sonrisa

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
      Autor: Lara Castillejos


Él está a mi lado cuando nos enteramos. Dicen que es el fin, que el sol se está muriendo, y que se llevará la tierra con él. Yo no lo veo así. Creo que es ella, fiel amante, la que ha decidido que si él muere, ella no puede seguir existiendo en la fría soledad del universo. Al menos es así como yo me sentiría. A mi lado, tumbado en la cama, le veo a él, y sus ojos me dicen que él piensa igual. Le acaricio su rostro sin afeitar, y  su boca esboza una sonrisa que carece de humor. Vamos a morir. Oh dios, vamos a morir, y entonces esa sonrisa se apagará, del mismo modo que se va a apagar el sol. Y yo, como la tierra, no puedo vivir sin ella. No quiero vivir, sin el brillo de su sonrisa. Sus manos fuertes me sujetan el rostro. Sus labios me susurran al oído, vierten en ellos dulces mentiras que yo finjo creer. Su lengua saborea la mía. ¿Qué podríamos hacer, si no? ¿Qué es más sensato en un caso así? ¿Echarse a llorar? ¿Gritar? ¿Comenzar a saquear tiendas? Nada de eso servirá para nada. Solo quedan días. Horas. El final llegará, inexorablemente. No, hemos de aprovechar el tiempo. Por eso le beso apasionadamente, y dejo que sus dedos se pierdan bajo mi ropa, y que los míos hagan lo propio. Nos desnudamos el uno al otro, beso su pecho y su vientre. Acaricio su espalda, muerdo su cuello. Hacemos el amor dulcemente, en un intercambio de caricias, susurros y mentiras. Nos seguimos besando. Luego apoyo mi cabeza sobre su amplio pecho, y escucho su corazón, que late con tanta fuerza, que me parece imposible que se vaya a apagar para siempre. Durante un rato, nadie dice nada. Permanecemos en silencio. Luego, alzo la cabeza, y le miro de nuevo. Él vuelve a sonreír, de nuevo esa sonrisa sin la que no puedo vivir. Mi lengua saborea sus labios. Sus manos se apoderan de mis pechos. Me dice que no le quedan preservativos, y yo respondo que eso ya da igual. Ya no nos hacen falta, ahora que vamos a morir. Me gustaría pasar el resto de mi vida haciendo el amor con él, y tal vez sea lo que ocurra. Cuando terminamos, estamos bañados en el sudor del otro, con los dedos de la mano entrelazados. Nuevamente, nos besamos, y volvemos a susurrarnos mentiras. Me dice que me ama. Yo le digo que también. Me dedica nuevamente esa sonrisa.
Finalmente, me pregunta cuanto me debe. Yo poso un dedo en sus labios, y le digo que no lo estropee. El dinero ya da igual, le digo. Prefiero seguir fingiendo lo que no somos. El sol morirá pronto, y durante las horas de vida que nos quedan, quiero que me siga iluminando la sonrisa de un desconocido.

viernes, 8 de julio de 2011

El fin en red

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
      Autor: Gemma Albi


21 de noviembre de 2011, 22:16 h. A falta de exactamente 37 minutos 12 segundos para la llegada del fin del mundo, en algún lugar de España, alguien pone en marcha su ordenador.

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A ____________ le gusta ''invertir los últimos días de tu vida en planear lo que harás durante los últimos días de tu vida''.

A __________ le gusta ''beber como si no hubiese mañana nunca tuvo más sentido''

___________ ha compartido un enlace: Los establecimientos chinos seguirán abiertos hasta el último minuto. Algunos comerciantes no confian en la credibilidad de la llegada del fin del mundo y no quieren desperdiciar los grandes beneficios que se desprenderán de una noche como esta.
___________ He reído, he llorado, he soñado, he sufrido, he amado, he ganado , he perdido... Copia y pega esto en tu muro si has disfrutado de cada momento de tu vida.

_________ ha asistido al evento ''Última cena''.

A ______________ le gusta un enlace.  Llevo 7 años en un curro de mierda. Cuando esta mañana he leído la confirmación de la llegada del fin del mundo, me he cargado de energía para ir al trabajo, mandar a mi jefe a la mierda y decirle todas las cosas que me he estado callando durante este tiempo. Cuando he llegado me he encontrado un cartel en mi mesa que decía: No esperes verme más por aquí. Firmado: tu jefe.  ADV

_______________ se ha unido al grupo'' Por todos aquellos que nunca llegamos a saber lo que era la independencia económica''

A ______________ le gusta ''Señoras que pasan de la dieta de la alcachofa a la dieta de la morcilla ante la inminente llegada del fin del mundo''

__________ se ha unido al grupo '' Yo también debí haber creído a Paco Porras cuando pronosticó el fin del mundo en el plató de Sálvame''

jueves, 7 de julio de 2011

Las últimas horas de Horacio Castañeda

Tema: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?
Autor: Luis Guallar

Parece mentira como, en pocos minutos, un día cualquiera puede dar un giro inesperadamente dramático y convertirse en punto de inflexión para la vida de un hombre; eso es, al menos, lo que le ocurrió a Horacio Castañeda un martes cualquiera, alrededor de las diez de la mañana. Aquel parecía que iba a ser un día normal, uno como tantos otros, pero dos noticias que llegaron de forma casi simultánea le cambiaron la vida para siempre. Todos hemos visto alguna película donde, llegado el momento, un personaje le decía a otro eso tan manido de “Tengo una buena y una mala noticia… ¿Cuál quieres oír primero?” Pues bien, a Horacio Castañeda nadie le dejó elegir.
Aún en pijama, y sentado frente al televisor, Horacio Castañeda se acababa de tomar su café con leche y daba buena cuenta de la última magdalena del desayuno, mientras veía un horrible y aburrido debate matutino cuyo presentador resultaba sospechosamente tendencioso; a su lado le esperaba un periódico abierto por la sección de ofertas de trabajo. Esa, creía él, iba a ser toda su ocupación aquella mañana, cuando de pronto sonó el teléfono. Y ahí estaba la primera noticia del día: después de meses buscando trabajo sin demasiada suerte, por fin lo llamaban para una entrevista. ¡Una entrevista! ¡Y de lo suyo, además! Tras quedar para la mañana siguiente, Horacio Castañeda colgó el teléfono, y apenas pudo reprimir un grito de alegría. ¡Por fin! Después de años y años para terminar la carrera de análisis estadístico y  reconfiguración de datos, y tras hacer un master y conseguir un doctorado, había ido dando tumbos por diferentes empleos de mucha menos categoría, y desde luego peor remunerados. Había tenido que trabajar en un restaurante de comida rápida, de cajero en unos grandes almacenes especializados en camas y camastros, y en una fábrica de galletitas saladas; ninguno de aquellos trabajos tenía nada que ver con lo que él había estudiado y, desde luego, ninguno estaba a la altura de sus capacidades. Pero ahora, después de cinco largos años de pequeños empleos sin futuro y de largos meses en el paro, por fin le había llegado la oportunidad que él esperaba. Ahora nada podía estropearle el día.
Y entonces, justo entonces, llegó la segunda noticia. La mala.
Aun estaba extasiado cuando alzó la vista y vio que, en televisión, el aburrido programa de tertulia había dado paso a un avance informativo. El presentador, blanco como la leche, daba una noticia con la mirada desencajada. ¿Se habría muerto alguien? Parecía algo serio, así que Horacio Castañeda cogió el mando a distancia y subió el volumen que previamente había bajado para hablar por teléfono.
—…que, en todo caso, es definitivo. Repetimos… —Dijo el presentador, tras una pequeña pausa. Su voz temblaba. —Rayos cósmicos procedentes de… una supernova han sido detectados por la NASA. Parece ser que… —Reprimió un sollozo. — alcanzarán la tierra dentro de unas treinta horas, como mucho, arrasando con… con toda forma de… lo siento.
Dicho esto, el presentador se quedó en silencio, con los ojos enrojecidos mirando al vacío, mientras la cámara seguía enfocándole estúpidamente. Horacio Castañeda cambió de canal, pero en todos se encontró la misma noticia. El mundo se iba a acabar en unas treinta horas. Al día siguiente. El día de la entrevista.
Así pues… ¿iba a perder la oportunidad de su vida simplemente porque el mundo llegaba a su fin? ¿En plena crisis económica, además? Y una mierda, él no iba a permitirlo. No pensaba tolerarlo. Y sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Durante el resto del día, Horacio Castañeda se estuvo preparando para tan difícil situación. Actualizó su curriculum con una foto nueva que se había hecho pocos días antes. Cuando su madre llamó, sollozando, para pedirle que fuera a pasar sus últimas horas con ella, él le dio la gran noticia, y luego le dijo que colgara porque no quería tener la línea ocupada por si volvían a llamar para cambiar la hora o pedirle algún dato. Luego sacó del armario su mejor traje, y paso tres cuartos de hora escogiendo qué corbata combinaba mejor. Por la tarde tuvo que chillar a sus vecinos, a través de la ventana del patio de luces, para que se callaran. Intentaba ensayar lo que iba a decir en la entrevista, y los llantos y gritos histéricos no le dejaban concentrarse.
Aquella noche, la última noche antes del fin del mundo, es probable que no durmiera casi nadie. Desde luego, Horacio Castañeda no pudo hacerlo; estaba demasiado nervioso, y los llantos desesperados de la vecina de al lado tampoco ayudaban. En un momento dado, no obstante, se oyeron unos golpes muy fuertes. Horacio Castañeda pensó en ir a quejarse, pero poco después cesaron, y con ellos los llantos. Y entonces por fin pudo conciliar el sueño.
Al día siguiente se levantó temprano. Comprobó, disgustado, que no había luz en toda la casa. Decidió que llamaría a la compañía en cuanto volviera de la entrevista, y se fue a dar una ducha y a afeitarse; por suerte todavía había agua; habría sido un desastre no poder ducharse en un día tan importante. Finalmente se peinó, se puso su flamante traje, y salió de casa.
El cielo, despejado, tenía un tono ligeramente extraño. Y en la calle todo era un caos. Las tiendas estaban siendo asaltadas y saqueadas. No se podía circular por la cantidad de coches que había, muchos de ellos abandonados, otros accidentados, y algunos llenos de gente que parecía querer huir a ninguna parte. En una esquina, un hombre con pinta de demente alzaba una pancarta proclamando el fin del mundo. Horacio Castañeda decidió pasar por el kiosco a comprar la prensa antes de dirigirse al lugar donde le harían la entrevista, pero lo encontró cerrado. Que poca profesionalidad, se dijo a si mismo, y echó a andar, pues con aquel tráfico intentar coger el coche sería una estupidez.
Finalmente, llegó a la boca del metro. ¡También estaba cerrado! ¿Cómo podía ser? ¿Qué clase de transporte público tercermundista era aquel? Nervioso, Horacio Castañeda miró su reloj; por suerte era un hombre previsor, y había salido con tiempo de sobras. Si iba caminando, con cierta prisa, aun podía llegar a tiempo. Cierto es que llegaría algo más cansado y corría el riesgo de sudar un poco, pero eso era mejor que no llegar. Se quitó la chaqueta del traje para no mancharla de sudor y echó a andar, mientras la sociedad se desmoronaba a su alrededor. Durante un rato, incluso tuvo que caminar por la calzada, entre los coches abandonados, porque mucha gente se estaba tirando desde sus balcones y ventanas, y si iba por la acera corría el riesgo de que le cayera alguien encima o, peor aun, le salpicara el traje de sangre.
En un momento dado decidió atajar por un parque. Dentro, varias parejas habían ocupado los bancos para copular salvajemente, a la vista de todo el que pasara por allí; algunos incluso dejaban que se unieran terceras personas que se acercaban con curiosidad. Nadie utilizaba preservativo, observó Horacio Castañeda, y aquello era una imprudencia por su parte. Pero no tenía tiempo que perder; cruzó deprisa, procurando no tropezar con algunos amantes que habían acabado retozando en el suelo,  y salió del parque por el otro lado. Unos metros más allá de unos contenedores en llamas, un grupo de jóvenes apaleaban un cajero automático, intentando abrirlo a la fuerza.
Finalmente, al fondo de una amplia calle que permanecía prácticamente desierta, Horacio Castañeda vislumbró el lugar al que se dirigía, un edificio de oficinas que se alzaba como una torre negra y brillante en medio de la ciudad. Consultó el reloj, y comprobó que todavía quedaba casi un cuarto de hora para la entrevista. Respiró aliviado; junto a él, un hombre mayor con camisa y un maletín se acercó, con mirada inquisitiva, y le preguntó que hacía allí. Horacio Castañeda vio que aquel hombre llevaba en la mano una especie de panfleto religioso, a juzgar por el título, y comprendió que debía pertenecer a alguna organización religiosa o a alguna secta, que venía a ser lo mismo. Le respondió que iba a una entrevista de trabajo y, cuando el hombre preguntó sorprendido si no sabía que aquel era el día del Juicio Final, Horacio Castañeda le respondió tranquilamente que sí, que lo sabía, pero igualmente iba a ir a aquella entrevista; la situación laboral, a fin de cuentas, estaba muy mal en aquellos tiempos, y él no podía arriesgarse a perder aquella oportunidad única. Después de todo, eso de los rayos cósmicos de una supernova sonaba a fenómeno meteorológico… ¿Y si se equivocaban? Los hombres del tiempo no acertaban casi nunca, y si después de todo el mundo no se acababa, lo mejor sería tener un buen empleo.
Tras aquello, el hombre le intentó explicar que ese era un día muy importante; que era el día en que todo iba cambiar, y que él tenía que rezar. Sobretodo, era muy importante que rezara. Tras meditar un instante, Horacio Castañeda le dio la razón. Sí, eso era cierto; aquel era un día importante, y tenía que rezar. Aceptó de buen grado el panfleto y, tras despedirse cordialmente del hombre, echó a andar hacia el edificio de oficinas, a través de aquella calle vacía donde no había coches ni gente, y el silencio tan sólo era interrumpido por los gritos lejanos que llegaban de las calles colindantes. En el azul pálido del cielo, unas líneas ondulantes violáceas habían aparecido; Horacio Castañeda las contempló mientras andaba.
Por supuesto que iba a rezar. Cualquier ayuda para conseguir aquel empleo, el empleo de su vida, era bienvenida.

martes, 5 de julio de 2011

...abriésemos un blog?

¿Cuantas veces un inocente ''¿que ocurriría si...?'' ha acabado en una deliciosa, delirante, apasionada, conversación? Fue precisamente una de esas conversaciones la que nos llevó a abrir este blog, y es en una de esas conversaciones en lo que queremos convertirlo. En cada nueva entrada, plantearemos un ¿que ocurriría si...? que nos podría llevar a historias, situaciones e ideas totalmente inverosímiles.  Tanto si son planteamientos dramáticos, humorísticos o surrealistas, reflexionaremos sobre ellos a través de relatos cortos y/o dibujos. ¿Os imagináis si la Historia hubiera sido diferente? ¿O si algo inverosímil estuviera a punto de ocurrir? ¿Y si algo que solo existe en la ficción de repente se volviera real? Reconocedlo, alguna vez habéis imaginado algo así. Pues de eso se trata.
Por supuesto, nos encantaría que, todo aquel que quiera, comparta con nosotros sus puntos de vista. Tanto si es en forma relatos o de dibujos, lo más interesante puede ser poder ver los diferentes enfoques que puede tomar una misma cuestión. ¿Os animáis a participar? Podéis enviarnos vuestros relatos y ocurrencias a la dirección queocurririasi@gmail.com, así como propuestas para siguientes preguntas.

Y para empezar a darle vueltas al coco, que tal si nos preguntamos: ¿Que ocurriría si supiéramos de antemano la fecha concreta del fin del mundo?