martes, 14 de febrero de 2012

Comepiedras

Tema: Que ocurrirría si los veganos consiguieran que se prohibiera el consumo de carne?
Autor: Luis Guallar


Nadie habría creído, en los primeros años del siglo XXI, que los asuntos culinarios eran observados aguda y atentamente por inteligencias entrometidas, dispuestas a imponerse a toda costa; que mientras los hombres se ocupaban de sus propios asuntos, generalmente de mayor importancia, se gestaban en secreto planes que nadie podía imaginar. Así fue como llegó el momento en que, gradualmente, el consumo de cualquier producto cárnico —y de origen animal en general— fue totalmente prohibido en la faz de la tierra. Aquel fue el triunfo definitivo del veganismo, movimiento que perdió así el nombre que durante años había enarbolado como bandera de guerra. La gente común tuvo que olvidarse de filetes y hamburguesas, así como de queso y tortillas. Los supermercados se vieron inundados de una nueva línea de alimentos, sucedáneos preparados a base de tofu y otras sustancias similares; las farmacias hicieron su agosto vendiendo los suplementos alimentarios que el pueblo necesitaba gracias a su nueva y sana dieta. Y durante un tiempo todo estuvo en paz, y ningún padre conservador tuvo que discutir con su rebelde hija new age acerca de si su cena había sido anteriormente un lindo corderito; ahora, su hamburguesa había sido únicamente soja y coagulantes.
Pero la historia es una rueda; el ciclo se repite una y otra vez. Donde había uniformidad nació la discordia, porque pronto surgieron voces afirmando que las plantas eran seres vivos; que también podían sentir; comerlas, por lo tanto, era un crimen. El nuevo movimiento, que no tardó en ponerse de moda gracias al hecho de ser abrazado incondicionalmente por diversas estrellas de Hollywood, fue bautizado con el singular nombre de Mineralianismo; los mineralianos afirmaban que se debía respetar toda forma de vida, y que el único alimento aceptable provenía de los inertes minerales. Sus detractores, al contrario, defendían que esos argumentos eran una falacia y que no pensaban renunciar a sus jugosas hamburguesas de tofu; comenzaron a llamar comepiedras a los mineralianos, y no les faltaba razón: algunos se intentaban procurar alimento lamiendo piedras ricas en sodio. Las críticas al movimiento alcanzaron su punto más álgido cuando se dieron varios casos de muertes por desnutrición, y varias modelos de pasarela resultaron intoxicadas al beberse el mercurio de un termómetro. Aun así, los más firmes defensores del Mineralianismo se esforzaron por hacer propaganda de las virtudes de la nueva dieta mineral; no se trataba de alimentarse únicamente lamiendo piedras, pues se podían preparar, con complicadas y caras recetas, suculentos platos a base de calcio, zinc o magnesio. Por supuesto, se necesitaba complementar la dieta con suplementos alimentarios de toda índole; los mineralianos ingerían al día más píldoras que alimentos, pero siempre defendieron que la suya era una dieta muy sana y equilibrada, además de justa para las sensibles y desvalidas plantas.
En aquellos tiempos las grandes corporaciones farmacéuticas alcanzaron un gran poder gracias a la creciente demanda de nuevos y sofisticados suplementos alimentarios; desarrollaron medicación específica de nueva generación y la vendieron a precio de oro, a sabiendas que los mineralianos comprarían sus productos. Ellos, por su parte, ya no podían permitirse el lujo de pagar precios desorbitados por los complejos platos preparados minerales, pero gracias a la nueva medicación podían sobrevivir lamiendo piedras sin peligro de desnutrición. Las farmacéuticas se enriquecían a un ritmo alarmante; pronto, sin embargo, ese crecimiento que estaban experimentando se iba a disparar todavía más. Ante la creciente proliferación de mineralianos de bajo nivel, que se permitían comer fruta al no morir así la planta —aunque existía el debate acerca de si se podía arrancar o se tenía que recoger una vez caída— surgió un núcleo de ideología más radical: los autodenominados Mineranos, cuyo nombre era una contracción del término original. Estos declararon que no sólo no se podía matar plantas para alimentarse; tampoco se podía comer fruta ni usar tejidos vegetales para confeccionar ropa. Dijeron adiós al algodón y, tras un breve y poco fructífero coqueteo con las armaduras medievales y con unos extraños jerseys de piedra, comenzaron a vestir únicamente con tejidos completamente sintéticos. Contra todo pronóstico, el núcleo se expandió —de nuevo gracias a las estrellas de Hollywood—, y el mineralianismo murió en pos del nuevo y flamante mineranismo. Farmacéuticas de todo el mundo se frotaban las manos; llegó a ser tal su poder que no tardaron en hacerse con el control de gobiernos y estados.
Años habían pasado desde que se prohibió la carne en el mundo. Las granjas habían sido substituidas por enormes factorías químicas al servicio de las todopoderosas farmacéuticas. Mientras tanto, la gente había cambiado; los medicamentos de nueva generación, que permitían una mejor absorción de los nutrientes de los minerales, tenían unos efectos secundarios del todo inesperados: los humanos estaban echando raíces, literalmente; a la gente se le caía el pelo, y les crecían hojas; los recién nacidos parecían mandrágoras. Conforme pasaba el tiempo, el ser humano se volvía más pequeño y sedentario, y se alimentaba directamente del suelo.
En algún lugar del mundo, alguien gritaba con desesperación mientras un inocente conejo, ser vivo al que hay que amar y respetar, le devoraba sus vegetales entrañas sin ningún atisbo de compasión.


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