domingo, 4 de diciembre de 2011

Edén

Tema: Que ocurrirría si conociésemos nuestro futuro?
Autor: Gertrudis Margot Vladimir



No quería levantarse. Otra vez la misma rutina. Otra vez aguantando el silencio del mundo. Y no quería levantarse. 
Estaban llegando, venían a por ella. Por no seguir lo estipulado, por intentar cambiar las cosas. ¿Tan malo era querer ser libre? ¿Era algo tan imposible?
No se movió cuando los soldados, vestidos con un armazón negro metalizado, tiraron la puerta abajo. Delante de sus ojos pasaban las imágenes de todos los ángulos en los que podría haber caído la tabla de madera. Eso era nuevo. Tal vez, era consecuencia a lo que ella había hecho.
Se acercaron a la frágil chica, tumbada en la cama. Lo hacían con reverencia, incluso con temor. La joven se puso en pie a desgana y dejó que la apresasen. Pensó en salir corriendo y, sorprendida, se dio cuenta de que nadie más podía ver esa opción en su cabeza. No eran ya un solo ente.
Desechó la idea de huir, aunque algo en su interior hacía que estuviese animada. Puede que fuese la perspectiva de que no podían predecir su próximo movimiento. 
Cuando la escoltaban hacia el coche, miró a su alrededor. Un solo color se extendía por los edificios, los vehículos y las personas; el gris. Podía ver a esos niños moviéndose como autómatas, yendo al colegio sin esperar nada. Sin aspiraciones ni esperanzas. ¿Para qué? Tenían tatuado un oficio desde su nacimiento. Una lista de nombres y trabajos asignados desde la cuna. Kevin; agricultor, Peter; bombero, Amanda; psicóloga. Ellos asentían y se preparaban para ese futuro prefabricado.
Jareen, la chica que entraba con los guardias en aquel vehículo blindado, había decidido rebelarse. Primero con pequeñas cosas, como el color de su ropa, sus amistades, sus parejas… Y después renunciando a su trabajo, manifestándose junto a otros simpatizantes. Pero los otros se cansaron o se doblegaron bajo el yugo de El Nido, la Mente Central. El Gran Profeta. En esta sede, la Mente decidía el destino de todos los habitantes del Edén. Allí, donde amanecía siempre a la misma hora, todos los días igual. Donde nunca hacía ni frío ni calor, donde no llovía.
Sentada entre dos fornidos soldados, Jareen recordaba aquello. Le había costado asimilarlo. Ella, una chica que hacía un mes formaba parte del Edén, una funcionaría más de ese régimen jerarquizado por el Ser Inmortal, había osado salir al exterior.
Recordó, anhelante, el calor del sol en su cuerpo, el viento y el olor a tierra mojada. Decidió abrirle los ojos a la gente. Y fue entonces cuando se le ocurrió destruir la Cúpula. Esta era la sede donde la Mente se reunía con los quince Profetas y ponían en orden Edén. Jareen no sabía porque sus pensamientos no se encontraban controlados por ellos, pero no pensaba esperar sentada. Buscó en antiguos libros como fabricar una bomba casera, aunque eficaz. Para esa operación no podía contar con nadie. Se coló en la Cúpula y, cuando tocaron las doce del mediodía, la hora del almuerzo, detonó el artilugio. 
Para bien o para mal, no había ocasionado ninguna baja. Escapó como pudo de la multitud que desorientada se le acercaba. Llegó a casa y se enterró bajo las sábanas. Hasta este momento.
Iban hacia la Cúpula. Podía ver su muerte. Un escuadrón de soldados grises se pondría delante de ella. Ella diría que no se arrepentía de nada. Y tras una ráfaga de disparos, moriría. Sin dolor. Tampoco le tenía miedo a la muerte. Jareen sonrió. Al menos sería libre.
Llegaron a su destino. La Mente estaba allí. Un hombre que no correspondía a la definición de hombre. No tenía nada de humano. Era lo más alejado a esto que era posible. Un robot, un dios, insensible, omnipotente. La chica le sonrió cuando pasó por su lado. Con una sonrisa cruel y amarga.
Colocaron a la joven contra la pared del patio del edificio. ¿Última voluntad? ¿Últimas palabras? No dijo nada. Estaba pronosticado que diría algo, pero no lo dijo. Los soldados, desconcertados se miraron, sin saber qué hacer. 
Sonó un disparo. Y después se oyó un cuerpo caer. El Inmortal, con los ojos desorbitados, miraba el cadáver de la chica, mientras sujetaba un fusil. Los guardias observaron, estupefactos, al Ser. Seguidamente, a la chica. Y algo dentro de ellos, dentro de todas aquellas personas encasilladas, se encendió. Podían elegir. Podían ser libres. 
Y mientras asimilaban aquella idea, la Mente, aquel que les había esclavizado, moría a manos de su séquito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario